No todas las bacterias son patógenas, algunas producen tu energía o tu comida, ya sea incrustadas en las hojas de las plantas que comes, o ayudando a las vacas a mascar celulosa.
No todos los virus nos enferman, estando por doquier, tienen otras cosas que hacer, y deberíamos preocuparnos más por conocerlos que por huir de ellos como si pudiéramos.
No todas las serpientes son venenosas, piensa esto antes de poner el machete en su cabeza, y las que lo son, no nos atacan precisamente para incomodarnos.
No todos los hongos nos envenenan, algunos pueden adornar nuestros platos, darnos cerveza y pan con chocolate, enriquecer nuestras posibilidades tecnológicas e incluso curarnos la miopía en más de un sentido.
No todas las arañas son viudas negras, puedes admirar sus tejidos en vez de destruirlos, observarlas en vez de aplastarlas, dibujarlas en lugar de ignorarlas.
No vienen las polillas a anunciarnos muertos ni los gatos negros a cambiarnos el destino, solo pasan por ahí buscando la luz o disfrutando la riqueza urbana en roedores.
No es para comer todo lo que se mueve, ni para probar todo lo que huele, ni para escapar todo lo que produce sonidos.
No te guíes por la posición taxonómica, la diversidad es abrumadora en todas ellas, y ya se ha aprendido varias veces, en la historia de la tierra, a imitar para engañar, pregúntale a las falsas corales o a las mantis orquídea.
No todos los humanos son "malignos por naturaleza", tenemos un gran espectro de posibilidades, que dependen de muchas condiciones. No caigas en la pesimista e hiperbólica misantropía, pero tampoco en la cándida filántropía.
No todo en la naturaleza es lucha, amplía la metáfora, también hay simbiosis, cooperación y empatía.
No afrontes los paisajes sin prevención, pero no olvides por eso la curiosidad, faltando tanto por explorar y tanto por solucionar, la inacción no se presenta como la mejor opción, y menos cuando puede estar basada en la mala información o en la ignorancia deliberada.
No invoques al típico dios de los huecos, afronta lo desconocido, trata de aprehenderlo, y si no lo logras, camina con la duda, con un escepticismo ponderado.
No creas que la naturaleza está hecha para ti, somos solo una de sus contingentes consecuencias. Por eso, no te convendrá siempre, ni siempre te hará feliz; sin embargo, conocerla sigue siendo la mejor forma de navegar en sus ríos y caminar por sus montañas. Hay que cambiar entonces el miedo por la sensibilidad, la paranoia por la sensatez, la credulidad por el raciocinio. Aquí hemos de vivir, descubramos entonces sus posibilidades y maravillas, sus riesgos y sus secretos, después de todo, son ellos los que nos darán tanto la clave de lo que somos, como las respuestas más plausibles a nuestros obstáculos e interrogantes.