Ya había iniciado una pequeña colección sobre dedicatorias de libros, y ahora, quiero empezar otra sobre las aves en la literatura. La idea es, simplemente, compartirles algunas frases, poemas, cuentos y demás, que hablan sobre aves en los libros que voy leyendo, y aprovechar esas líneas para mostrarles algunas fotografías sobre los animales en cuestión y quizá contarles algunos datos interesantes al respecto.
Para esta primera ocasión, deseo compartirles una serie de poemas del escritor y político argentino Leopoldo Lugones (1874-1938). Los poemas en cuestión son extraídos de un libro maravilloso del Instituto Caro y Cuervo que me encontré en una feliz casualidad de biblioteca: Faunética. Antología poética zoológica panamericana y europea. El libro, de más de 800 páginas, es una recopilación de poemas sobre animales con algunas traducciones y textos originales en su idioma, una buena colección de autores de los lugares mencionados en el título, y una genial organización basada en la taxonomía, clasificado según las clases (aves, mamíferos, reptiles, insectos...), órdenes (primates, carnívoros, caprimulgiformes, quelonios, artiodáctilos...) y familias (félidos, ardeidos, cérvidos, furnáridos...), e incluso una sección final de animales míticos. Aquí los dejo entonces en compañía de Lugones y de algunas de las aves sobre las que nos habla:
Nidos de oropéndolas, tradicionalmente conocidos como gulungos o mochilas. |
Una arista, una cerda, un hilo, un copo
de lana ocasional, y mucha espina.
Una honda suavidad de pluma fina,
un triple gajo de cimbreño chopo.
Y al declinar la vespertina hora,
en la puerta del tálamo sencillo,
dorándose de sol el pajarillo
con gorjeo más suave se enamora.
LA GARZA
En su abstracto candor, el tiempo vano
inmoviliza eterno, hondo, distante,
la soledad oscura del pantano
y una línea de tiza interrogante...
LA PERDIZ
Odontophorus hyperythrus, relativamente comunes en los bordes de los caminos montanos. |
pone la angustia del yerro
en las narices del perro
y el cañón de la escopeta.
Pero, al abrigo falaz
de la hierba fresca o mustia,
también tiembla en dulce angustia
su silbido montaraz.
Así, en tal desasosiego.
y ante todo azar perpleja,
su timidez empareja
con la gleba del labriego.
Atenta al más leve tris
que, agazapándose, escucha,
parece que la encapucha
la estepa del campo gris.
Todo el color que así pierde,
como en brillante renuevo
pinta su morado huevo,
que en la martineta es verde.
La que trasluce al revés
su vibrante ala bermeja,
con tres volidos se aleja,
pero no da más de tres.
Así el cazador mañoso
su pólvora economiza,
que, vivaz o agachadiza,
no escapa al trance riesgoso.
Y tras el natal terrón,
o al despavorido vuelo
zumba en su eterno desvelo
la saña del perdigón.
LA TÓRTOLA MONTARAZ
Bajo el denso tallar cuyo reposo
promete al alma soledad eterna
se compunge su arrullo misterioso
en musical retumbo de cisterna
Con un lento llorar de hoja marchita,
mulle el bosque otoñal pálida alfombra.
Y en la queja recóndita palpita
el corazón profundo de la sombra.
EL PICAFLOR
Run…run…run…dun… Y al tremolar sonoro…
Del vuelo audaz y como un dardo, intenso,
surgió de pronto, ante una flor suspenso,
en vibrante ascua de esmeralda y oro.
Fue color…, luz…color…Aun brusco giro,
Un haz de sol lo arrebató al soslayo;
y al desaparecer con aquel rayo,
su ascua fugaz carbonizó en zafiro.
Uno de los colibríes más bellos de nuestro país, Colibri coruscans Estas aves, de origen europeo, solo viven ahora en el contienente americano, siendo Colombia el país con más especies. |
De la numerosa y ruidosa familia tropical Psittacidae, con sus primas las loras, las guacamayas y las cacatúas. |
cuando es más pesada la solar modorra
en la inmensa carga del nido de espinas,
su flámula verde pone la cotorra.
Con alborotadas desafinaciones
llega propalando sus charlas burlescas;
y como en el nido tiene ya pichones,
le cierra la boca con ramitas frescas.
Allá se adormila con vago meneo,
o algún divertido palitroque labra;
y en la somnolencia de su cuchicheo,
se entrecorta un eco que casi es palabra.
Similar a los búhos, se diferencia de ellos por su cara acorazonada. |
Evocando tristes cruces,
y cosas de sepultura,
prende ante la cueva oscura
su linterna de dos luces.
Cierra un claro anochecer
lentos ojos de amatista,
y ella al caminante chista
o habla con voz de mujer.
Y en aquel falaz remedo
de incomprensible palabra,
pone su burla macabra
la loca risa del miedo.
Ave nocturna del orden del guácharo y el chotacabras Relativamente fácil de ver en las noches al borde de los caminos. |
Al ras del camino de amplitud serena,
que un tardo crepúsculo tapa de ceniza,
su evasiva sombra de espectro desliza
o, pegado al suelo, se borra en la arena.
Más meditabunda pónese la calma,
El paso, más sordo, la arena derruye.
Y en el suave pájaro que va, vuelve y huye,
parece que al campo se le turba el alma.
EL CARPINTERO
D lineatus, uno de los carpinteros más comunes de las montañas andinas |
de la boina colorada,
va desde la madrugada
taladrando su madero.
No corre en el bosque un soplo.
Todo es silencio y aroma.
Solo el monda la carcoma
con su revibrante escoplo.
Y a ratos, con brusco ardor,
bajo la honda paz celeste,
lanza intrépido y agreste
el canto de su labor.
EL HORNERO
Aves así conocidas por construir sus nidos como hornos de barro. |
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.
En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.
Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se le habrá puesto bermejo.
Elige como un artista,
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.
Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.
Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando el cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera, la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un buen tosco y buen corazón.
Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.
La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.
La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.
Concluyó el hornero su horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.
Ya explora al vuelo el circuito,
ya, sobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.
La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.
Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo su vajilla de cristal.
EL FEDERAL
Presente en el sur de Sudamérica, pájaro de la familia de los turpiales. |
ante el sol que traspone el vergel,
bebe en la onda feliz del gorjeo
una luz que parece de miel.
Su cabeza con ella le arde
como un ascua de claro arrebol,
e infla el pecho en que sangra la tarde,
con el brío de un húsar del Sol.
Negra capa, mejor esclarece
aquel noble jubón de carmín,
y al compás de la marcha parece
que la alzara con el espadín.
Profundiza su azul la distancia.
Comienza la acequia a cantar.
Y un lecho de inmensa fragancia
le tiende el florido alfalfar.
LA TIJERETA
Ave bastante común en nuestros potreros y praderas |
ya pesque al ras un renacuajo,
con el más sorprendente tajo
corta los aires su tijera.
No se oculta ningún tesoro
bajo el paño gris de su ropa
pero su gorra negra topa
un eréctil capullo de oro.
Su nido expone al huracán
en su gajo más fino y alto.
de donde ve sin sobresalto
al carancho y al gavilán.
Y plantándosele en la nuca,
sin temer su pico de gancho,
ahuyenta al mandria del carancho
hasta raparle la peluca.
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