martes, 19 de febrero de 2013

Dedicatorias de libros


 Cada cierto tiempo despierta mi espíritu de coleccionista,  y ahora me ha dado por colectar y compartir las dedicatorias de libros que más me han gustado, ya sea porque me hayan conmovido, sorprendido, o maravillado por la precisión de sus palabras. Iré compartiendo las que encuentre en el camino:


  • A mi hermana, Cari, una entre seis mil millones. Carl Sagan. Miles de Millones. 1997.

  • A Alberto Aguirre y Carlos Gaviria, sobrevivientes. Héctor Abad Faciolince. El olvido que seremos. 2006.

  •  A Niles Eldredge y Elisabeth Vrba. 
Quizá seamos siempre los tres mosqueteros
sobreponiéndonos triunfalmente
desde nuestra maniaca y pendenciera incepción en Dijon
hasta nuestra feliz y nada satánica recepción en el Día del Juicio.
Todos para uno y uno para todos. 

Stephen Jay Gould. La estructura de la teoría evolutiva. 2002.

  • Por la memoria de Ilya Prigogine, poeta de la termodinámica. Dilip K. Kondepudi. Introduction to Modern Thermodynamics. 2008. 

  • A mi esposa y a mis hijos
como quien dice 
a mi mismo.

Rogelio Echavarría. El transeúnte.1947-2003.


  • A mi lectores
miembros de la antigua y universal
(y que continúa con vitalidad)
República de las Letras.

Stephen Jay Gould. Acabo de llegar. 2002.


  • A mis detractores, cuyo número crece promisoriamente.
También a esos seres con alma de tumba
que poseen la fuerza del veto y la de
ordenar el silencio y el olvido. Me enternecen
sus asiduos fracasos.

Germán Espinosa. Los ojos del basilisco. 1992.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Aclaración (in)necesaria (2)- La religión de Hitler

Como ya lo había comentado antes , uno de las críticas que suelen esgrimir algunos creyentes contra el ateísmo es su presunta pérdida de moralidad, pero no se quedan ahí. Además de ello, suelen también adjudicarle generalizante y venenosamente los males producidos por ciertos personajes históricos a esta visión de la realidad, introduciendo entre ellos, a algunos que nunca fueron ni  ateos ni escépticos, como Hitler. Richard Dawkins, en un discurso público durante la visita del papa a Edimburgo durante el 2010  (rememorar esto será mi manera de despedirlo), lo aclara perfectamente, recordando la "cálida bienvenida" y la relación sostenida con la iglesia alemana: