El escritor colombiano Jose Eustasio Rivera solo publicó dos obras: una de poesía llamada Tierra de promisión, en 1921, y La vorágine, su única novela y la que lo llevaría a la fama, en 1924. Esta se convertiría en una de las novelas más populares de la historia colombiana y latinoamericana, considerada en ocasiones costumbrista por su descripción de las culturas que habitan los llanos colombianos y el piedemonte amazónico, como los campesinos llaneros y algunos grupos indígenas. El mismo Rivera había realizado un viaje iniciado en 1922 a la frontera colombo-venezolana y posteriormente denunciado las atrocidades de las caucherías. La novela es en sí misma una crítica a estas atrocidades y otras condiciones que el autor observaría.
Su descripción poética es impresionante, y no cae en juicios de valor. Es además muy precisa, fruto de las observaciones realizadas durante su visita a diversos sectores como miembro de la comisión que demarcaría los límites de Colombia, Venezuela, Perú y Brasil. Al ser estos lugares tan biodiversos, las aves ocupan un lugar importante en algunas descripciones de la majestuosidad de las llanuras y sus crepúsculos, de la grandiosidad y a la vez terrible dificultad de las selvas, al igual que de algunas especies domésticas en actividades tradicionales como las peleas de gallos. Así que les mostraré algunos párrafos donde son utilizadas en la narración:
"Y la aurora surgió ante nosotros: sin que advirtiéramos el momento preciso, empezó a flotar sobre los pajonales un vapor sonrosado que ondulaba en la atmósfera como ligera muselina. Las estrellas se adormecieron, y en la lontananza de ópalo, al nivel de la tierra, apareció un celaje de incendio, una pincelada violenta, un coágulo de rubí. Bajo la gloria del alba hendieron el aire los patos chillones, las garzas morosas como copos flotantes, los loros esmeraldinos de tembloroso vuelo, las guacamayas multicolores".
"Garzas meditabundas, sostenidas en un pie, con picotazo repentino arrugaban la charca tristísima, cuyas evaporaciones maléficas flotaban bajo los árboles como velo mortuorio".
"Complacidos observábamos el aseo del patio, lleno de caracuchos, siemprevivas, habanos, amapolas y otras plantas del trópico. Alrededor de la huerta daban fresco los platanales, de hojas susurrantes y rotas, dentro de la cerca de guadua que protegía la vivienda, en cuyo caballete lucía sus resplandores un pavo real".
"A vé si el Antonio se anima a yevarme. Por si me dejare desamparáa, le di en el café el corazón de un pajarito llamado piapoco. ¡Puée irse muy lejos y corré tierras; pero onde oiga cantá otro pájaro semejante, se pondrá triste y tendrá que volverse, porque la guiña tá en que viene la pesaúmbre a poné de presente la patria y el rancho y el queré olvidao, y tras los suspiros tiene que encaminarse el caminador o se muere de pena".
"Por encima de la platanera tendió más tarde la luna un reflejo indeciso, que fue dilatándose hasta envolver la inmensidad. El tiple elevó su rasgueo melancólico en el preludio de la tonada:
Pobrecita paloma
que el gavilán la cogió;
aquí va la sangrecita
por donde se la llevó.
Con el alma en los ojos, tendía yo la escopeta hacia el caño, hacia los corrales, hacia todas partes. El pavo, desde la cumbrera de la cocina, hirió la noche con destemplados gritos. Afuera, en alguna senda del pajonal, aullaron los perros.
Aquí va la sangrecita
por donde se la llevó."
"Momentos después, al regresar a la casa, vi que Clarita les vendía ron, en un coquillo labrado, a los de la junta. Había hombres desconocidos y debajo de los bayetones les cantaban los gallos. Quienes discurrían cazando apuestas 'a la tapada', o les afilaban las espuelas a los campeones, o con buches de aguardiente les rociaban el costado, alzándoles el ala. Patiamarrados con cordeles, escarbando el suelo, desafiábanse los rivales de plumajes vistosos y cuellos congestionados. Por fin, Zubieta tomó un carbón y trazó en el piso del caney un círculo irregular. Colocóse en su asiento, recostándolo a una columna, frecuentó la botella y con áspera risotada propuso:
-¡Voy cien toretes al 'requemao' contra el 'canaguay'!
"Los careadores levantaron los gallos, y chupándoles los espolones, se los frotaron luego con limón, a contentamiento del público. Presto, a la voz del juez de pelea, los enfrentaron dentro del círculo.
El gallero gritaba, agachado sobre el palenque:
-¡Hurra, poyito!¡Al ojo, que es rojo; a la pierna, que es tierna; al ala, que es rala; al pico, que es rico; al pescuezo, que es tieso; al codo, que es godo; a la muerte, que es mi suerte!
Miráronse los contendores con ira, picoteando la arena, esponjando sobre el dorso rasurado y sanguíneo la gorguera de plumas tornasoladas y temblorosas. Con simultáneo revuelo, en azul resplandor, lancearon el vacío, por encima de sus cabezas, esquivas a la punzada y el aletazo. Rabiosos, entre el vocerío de los espectadores que ofrecían 'gabelas', se acometieron una y otra vez, se cosían a puñaladas, se prendían jadeantes; y donde agarraba el pico, entraba la espuela, con tesón homicida, entre el centelleo de los plumajes, entre el salpique de la sangre ardorosa, entre el ruido de las monedas en el estadio, entre la ovación palmoteada que hizo la gente cuando vio rodar al canaguay con el cráneo abierto, sacudiéndose bajo la pata del vencedor, que, erguido sobre el moribundo, saludó la victoria con un clarineo triunfal".
"Las aguas corrían al revés y las bandadas de patos volteaban en las alturas, cual hojas dispersas. Súbito, cerrando las lejanías entre cielo y tierra, descolgó sus telones el nublado terrible, rasgado por centellas, aturdido por truenos, convulsionado por borrascas que venían empujando a la oscuridad".
"¡Bendita sea la difícil landa que nos condujo a la región de los revuelos y la albura! El inundado bosque del garcero, millonario de garzas reales, parecía algodonal de nutridos copos; y en la turquesa del cielo ondeaba, perennemente, un desfile de remos cándidos, sobre los cimborrios de los moriches, donde bullía la empelusada muchedumbre de polluelos. A nuestro paso se encumbraba en espiras la nívea flota, y, tras de girar con insólito vocerío, se desbandaba por unidades que descendían al estero, entrecerrando las alas lentas, como un velamen de seda albicante.
Pensativo, junto a las linfas, demoraba el 'garzón soldado', de rojo quepis, heroica altura y marcial talante, cuyo ancho pico es prolongado como una espada; y su alrededor revoloteaba el mundo babélico de zancudas y palmípedas, desde la 'corocora' lacre, que humillaría al ibis egipcio, hasta la azul cerceta de dorado moño y el pato ilusionante de color de rosa, que en el rosicler del alba llanera tiñe sus plumas. Y por encima de ese alado tumulto volvía a girar la corona eucarística de garzas, se despetalaba sobre la ciénaga, y mi espíritu sentíase deslumbrado, como en los días de su candor, al evocar las hostias divinas, los coros angelicales, los cirios inmaculados".
"Entre tanto, la tierra cumple las sucesivas renovaciones: al pie del coloso que se derrumba, el germen que brota; en medio de los miasmas, el polen que vuela; y por todas partes el hálito del fermento, los vapores calientes de la penumbra, el sopor de la muerte, el marasmo de la procreación.
¿Cuál es aquí la poesía de los retiros, dónde están las mariposas que florecen flores traslúcidas, los pájaros mágicos, el arroyo cantor? ¡Pobre fantasía de los poetas que solo conocen las soledades domesticadas!
¡Nada de ruiseñores enamorados, nada de jardín versallesco, nada de panoramas sentimentales!"