Antioquia es sin duda una tierra fértil para poetas. Entre sus montañas y sus valles han nacido y morado algunos de los más representativos del país, como Miguel Ángel Osorio y León de Greiff. No es difícil entender por qué, en su territorio se han dado a lo largo de la historia una serie de condiciones naturales y culturales que han permitido a los artistas inspirarse y desenvolverse con relativa fluidez.
Entre la constelación de poetas que hoy destacan, se encuentra el sonsoneño Carlos Framb. Su obra puede considerarse pequeña, dos libros de poemas: Antinoo (1987) y Un día en el paraíso (1996). Además tiene una novela, Del otro lado del jardín (2007), en la que narra el suceso por el que se haría aún más conocido, el suicidio conjunto con su madre, al que solo él sobrevivió y por el que estuvo algunos meses en la cárcel acusado de homicidio. Su novela es poesía en prosa, en ella cuenta con impresionante sensibilidad y soltura la historia de su pueblo y de su vida, teniendo siempre como eje una elegante y elocuente defensa del buen morir.
El hedonismo atraviesa todo su trabajo, no oculta su pasión por el vino y por una buena conversación, por la noche y “el cálido contacto de otra piel”, por los besos y la contemplación. Ama la vida, pero no bajo todas las circunstancias, sabe perfectamente que, aunque se puede llorar de felicidad, algunas tragedias también hacen aparecer en nosotros aquellas “humedades de lágrima en la orilla de los ojos”.
Su libro Un día en el paraíso es un canto a la vida en todas sus manifestaciones, al universo, con sus supernovas y sus lunas y sus estrellas, como la brillante Fomalhaut que nos ilumina desde el pez austral. Pareciera casi un conjunto de oraciones laicas que empieza a recitar desde la víspera, con la capacidad de asombro intacta, casi como un niño que despierta en el jardín trasero de su casa y ve por primera vez al mundo como una “policromía en el tenue cristal de un par de ojos”. Alaba el cúmulo de contingencias y causalidades que nos trajeron hasta aquí, y celebra que por obra y gracia de una infinidad de procesos, hoy podamos sostener con fuerza la mano del amado.
Ovaciona al árbol que nos da sombra y reposo, la música de “la grata algarabía de sus aves”, “la textura de sus frutos”. Se sumerge en las profundidades oceánicas para atisbar corales y radiolarios, luego observa plácidamente desde la superficie los saltos de los delfines y los aleteos de los alcatraces y las fragatas. Se divierte identificando los cráteres lunares y pasa sus noches mirando hacia los astros, sabiéndose viajero de una nave minúscula, apenas “un toque de azul”, y sin dejar de pensar en que probablemente haya también otros viajeros en otras naves.
Termina Framb su paradisiaco libro con su propia Acción de gracias, en la que invita a los suspiros y a los hallazgos, se maravilla de nuevo ante la sincronía y la sinergia, agradece una vez más por el azar “de morar en un fértil Universo”, bendice la posibilidad de existir e intentar comprender, se regocija por la existencia de la individualidad, porque cada uno de nosotros tenga su rostro y su destino. Se alegra porque en “el cósmico esfumar de la entropía irrevocable”, prospere la poesía.
Publicado originalmente en Literariedad: http://literariedad.co/2015/04/05/carlos-framb-un-dia-en-el-paraiso/
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