sábado, 16 de julio de 2016

Aves en la literatura 5: La vorágine- Jose Eustasio Rivera



El escritor colombiano Jose Eustasio Rivera solo publicó dos obras: una de poesía llamada Tierra de promisión, en 1921, y La vorágine, su única novela y la que lo llevaría a la fama, en 1924. Esta se convertiría en una de las novelas más populares de la historia colombiana y latinoamericana, considerada en ocasiones costumbrista por su descripción de las culturas que habitan los llanos colombianos y el piedemonte amazónico, como los campesinos llaneros y algunos grupos indígenas. El mismo Rivera había realizado un viaje iniciado en 1922 a la frontera colombo-venezolana y posteriormente denunciado las atrocidades de las caucherías. La novela es en sí misma una crítica a estas atrocidades y otras condiciones que el autor observaría.

Su descripción poética es impresionante, y no cae en juicios de valor. Es además muy precisa, fruto de las observaciones realizadas durante su visita  a diversos sectores como miembro de la comisión que demarcaría los límites de Colombia, Venezuela, Perú y Brasil. Al ser estos lugares tan biodiversos, las aves ocupan un lugar importante en algunas descripciones de la majestuosidad de las llanuras y sus crepúsculos, de la grandiosidad y a la vez terrible dificultad de las selvas, al igual que de algunas especies domésticas en actividades tradicionales como las peleas de gallos. Así que les mostraré algunos párrafos donde son utilizadas en la narración: 

"Y la aurora surgió ante nosotros: sin que advirtiéramos el momento preciso, empezó a flotar sobre los pajonales un vapor sonrosado que ondulaba en la atmósfera como ligera muselina. Las estrellas se adormecieron, y en la lontananza de ópalo, al nivel de la tierra, apareció un celaje de incendio, una pincelada violenta, un coágulo de rubí. Bajo la gloria del alba hendieron el aire los patos chillones, las garzas morosas como copos flotantes, los loros esmeraldinos de tembloroso vuelo, las guacamayas multicolores".


"Garzas meditabundas, sostenidas en un pie, con picotazo repentino arrugaban la charca tristísima, cuyas evaporaciones maléficas flotaban bajo los árboles como velo mortuorio".

"Complacidos observábamos el aseo del patio, lleno de caracuchos, siemprevivas, habanos, amapolas y otras plantas del trópico. Alrededor de la huerta daban fresco los platanales, de hojas susurrantes y rotas, dentro de la cerca de guadua que protegía la vivienda, en cuyo caballete lucía sus resplandores un pavo real".

"A vé si el Antonio se anima a yevarme. Por si me dejare desamparáa, le di en el café el corazón de un pajarito llamado piapoco. ¡Puée irse muy lejos y corré tierras; pero onde oiga cantá otro pájaro semejante, se pondrá triste y tendrá que volverse, porque la guiña tá en que viene la pesaúmbre a poné de presente la patria y el rancho y el queré olvidao, y tras los suspiros tiene que encaminarse el caminador o se muere de pena".

"Por encima de la platanera tendió más tarde la luna un reflejo indeciso, que fue dilatándose hasta envolver la inmensidad. El tiple elevó su rasgueo melancólico en el preludio de la tonada:

Pobrecita paloma
que el gavilán la cogió;
aquí va la sangrecita
por donde se la llevó.

Con el alma en los ojos, tendía yo la escopeta hacia el caño, hacia los corrales, hacia todas partes. El pavo, desde la cumbrera de la cocina, hirió la noche con destemplados gritos. Afuera, en alguna senda del pajonal, aullaron los perros.

Aquí va la sangrecita
por donde se la llevó."

"Momentos después, al regresar a la casa, vi que Clarita les vendía ron, en un coquillo labrado, a los de la junta. Había hombres desconocidos y debajo de los bayetones les cantaban los gallos. Quienes discurrían cazando apuestas 'a la tapada', o les afilaban las espuelas a los campeones, o con buches de aguardiente les rociaban el costado, alzándoles el ala. Patiamarrados con cordeles, escarbando el suelo, desafiábanse los rivales de plumajes vistosos y cuellos congestionados. Por fin, Zubieta tomó un carbón y trazó en el piso del caney un círculo irregular. Colocóse en su asiento, recostándolo a una columna, frecuentó la botella y con áspera risotada propuso:
-¡Voy cien toretes al 'requemao' contra el 'canaguay'!


"Los careadores levantaron los gallos, y chupándoles los espolones, se los frotaron luego con limón, a contentamiento del público. Presto, a la voz del juez de pelea, los enfrentaron dentro del círculo.
El gallero gritaba, agachado sobre el palenque:
-¡Hurra, poyito!¡Al ojo, que es rojo; a la pierna, que es tierna; al ala, que es rala; al pico, que es rico; al pescuezo, que es tieso; al codo, que es godo; a la muerte, que es mi suerte!
Miráronse los contendores con ira, picoteando la arena, esponjando sobre el dorso rasurado y sanguíneo la gorguera de plumas tornasoladas y temblorosas. Con simultáneo revuelo, en azul resplandor, lancearon el vacío, por encima de sus cabezas, esquivas a la punzada y el aletazo. Rabiosos, entre el vocerío de los espectadores que ofrecían 'gabelas', se acometieron una y otra vez, se cosían a puñaladas, se prendían jadeantes; y donde agarraba el pico, entraba la espuela, con tesón homicida, entre el centelleo de los plumajes, entre el salpique de la sangre ardorosa, entre el ruido de las monedas en el estadio, entre la ovación palmoteada que hizo la gente cuando vio rodar al canaguay con el cráneo abierto, sacudiéndose bajo la pata del vencedor, que, erguido sobre el moribundo, saludó la victoria con un clarineo triunfal".

"Las aguas corrían al revés y las bandadas de patos volteaban en las alturas, cual hojas dispersas. Súbito, cerrando las lejanías entre cielo y tierra, descolgó sus telones el nublado terrible, rasgado por centellas, aturdido por truenos, convulsionado por borrascas que venían empujando a la oscuridad".


"¡Bendita sea la difícil landa que nos condujo a la región de los revuelos y la albura! El inundado bosque del garcero, millonario de garzas reales, parecía algodonal de nutridos copos; y en la turquesa del cielo ondeaba, perennemente, un desfile de remos cándidos, sobre los cimborrios de los moriches, donde bullía la empelusada muchedumbre de polluelos. A nuestro paso se encumbraba en espiras la nívea flota, y, tras de girar con insólito vocerío, se desbandaba por unidades que descendían al estero, entrecerrando las alas lentas, como un velamen de seda albicante.
Pensativo, junto a las linfas, demoraba el 'garzón soldado', de rojo quepis, heroica altura y marcial talante, cuyo ancho pico es prolongado como una espada; y su alrededor revoloteaba el mundo babélico de zancudas y palmípedas, desde la 'corocora' lacre, que humillaría al ibis egipcio, hasta la azul cerceta de dorado moño y el pato ilusionante de color de rosa, que en el rosicler del alba llanera tiñe sus plumas. Y por encima de ese alado tumulto volvía a girar la corona eucarística de garzas, se despetalaba sobre la ciénaga, y mi espíritu sentíase deslumbrado, como en los días de su candor, al evocar las hostias divinas, los coros angelicales, los cirios inmaculados".

"Entre tanto, la tierra cumple las sucesivas renovaciones: al pie del coloso que se derrumba, el germen que brota; en medio de los miasmas, el polen que vuela; y por todas partes el hálito del fermento, los vapores calientes de la penumbra, el sopor de la muerte, el marasmo de la procreación.
¿Cuál es aquí la poesía de los retiros, dónde están las mariposas que florecen flores traslúcidas, los pájaros mágicos, el arroyo cantor? ¡Pobre fantasía de los poetas que solo conocen las soledades domesticadas!
¡Nada de ruiseñores enamorados, nada de jardín versallesco, nada de panoramas sentimentales!"




jueves, 14 de julio de 2016

Viajeros, de Pablo Montoya

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Imagen tomada de tragaluzeditores.com


A casi todos nos gusta viajar, pocas cosas logran tal consenso entre los humanos, que al parecer, preferimos concentrarnos en las cosas que nos dividen. Viajamos por muchas razones: trabajo, cambio de residencia, vacaciones, estudio, aventura, placer; aunque algunas de estas razones estén vedadas a tantos. Nos atrae lo nuevo, lo diferente, porque lo encontramos misterioso y queremos conocerlo, porque nos aleja de la rutina y nos devuelve un poco la alegría, porque nos hace sentir vivos. Desde muy pequeño, sueño con recorrer el globo, ir a los lugares famosos que escuchaba en la radio o veía en la televisión y en el cine: Egipto, Australia, Inglaterra, Italia, Alemania, Japón, México, Brasil; pero también anhelo tachar en los mapas de mi atlas azul de la infancia los nombres de países que nadie conoce: pasar unas tardes en las playas de Fiji y Naurú, visitar las ruinas imperiales de Camboya, vislumbrar siluetas de elefantes y jirafas en las llanuras de Tanzania,  perseguir aves del paraíso en Papúa Nueva Guinea…

Por ahora, me ha tocado relegar un poco esos sueños y dedicarme a conocer y reconocer los vértices y montañas de la región donde nací, no menos hermosos ni impresionantes, aunque quizá sí un poco menos misteriosos, por esa relativa pérdida del asombro que induce en nosotros la impresión de lo conocido. Y digo impresión, porque aunque digamos con certeza que conocemos los lugares de la cotidianidad, la verdad es que muchos de nosotros no ocupamos mucho tiempo en conocer de verdad los lugares por los que transitamos comúnmente, a algunos solo les alcanza para sobrevivir, a otros no les alcanza la curiosidad. Por esto, intento maravillarme en cualquier pueblo antioqueño, en las playas de alguna de nuestras costas, en los páramos de nuestras milenarias montañas o en los andenes de nuestras ciudades crecientes. Pero no puedo negar que quiero también cambiar abruptamente de latitud y longitud, escuchar multitudes en idiomas desconocidos, degustar sabores de otras gastronomías, retorcerme del frío en algún paraje lejano, bailar con músicas que jamás hayan tocado mis oídos, besar labios que pronuncien otras palabras.

Me gusta moverme, pero como no quiero ni puedo hacerlo siempre, me gusta también conocer los movimientos de los otros, sus aventuras, sus itinerarios, sus planes pasados y futuros.  Por eso me encantan los libros y blogs de viajes, las películas de países lejanos, los documentales de extraños animales. Y por eso no podía dejar de maravillarme el hermoso libro de poesía en prosa, Viajeros, de Pablo Montoya, el ahora reconocido escritor, ganador del Premio Rómulo Gallegos, que justamente hoy le está siendo entregado en Caracas. En este encantador libro, Montoya reconstruye en las voces de los personajes, viajeros todos, algunas de sus vivencias y probables pensamientos. A través de un conjunto de personas que viajan de diferentes maneras; unos reales, otros ficticios; unos famosos, otros anónimos; unos ricos, otros pobres; Montoya nos lleva por los senderos humanos: los del amor, el odio, la religión, el anhelo de poder, la guerra, la compasión, la curiosidad, la insatisfacción. Por eso entre los personajes destacan marineros, indígenas, filósofos, artistas y científicos.

Observamos entonces la desesperanza de Noé al liberar la paloma, la confianza de un melanesio en la concha que lo acompaña, las oraciones de Jonás para que la ballena lo digiera, el vacío de un papús que quiere vivir mirando las aves entre los follajes de un árbol, el remordimiento de Bartolomé de las Casas por su complicidad inicial, la descreencia de Stefan Zweig horas antes de su suicidio. Montoya nos muestra los posibles dramas y dudas de estas personas en tránsito, sus posibles sufrimientos, sus posibles búsquedas. Así, un cruzado nos dice: “Busqué al creador encerrado en el delirio. Pero en Maara y Antioquía Él se escondió entre la sangre y la epidemia”. Magallanes no puede creer que los indios hayan podido asesinarlo: “La luz del día se despedaza entre mis manos. Me tasajean la otra pierna. Me desmorono. El mundo comienza a oscurecerse, y no lo creo”. Montaigne se lamenta de su encierro juvenil, de la esfera de cristal en la que lo mantuvo su padre: “Pero tú ya estás muerto. Y yo me he quedado solo conmigo y con los libros. Y no tengo otra salida que buscarme y encontrarme en ellos. Y tomar la pluma para escribirte estas palabras”.

Es evidente que para narrar estas cosas, Montoya tuvo que leer mucho sobre estos personajes, pasar noches en vela metiéndose en sus vidas, quizá sintiéndose como ellos, tratando de imaginar los sentimientos e ideas que pasaron por sus cabezas en momentos tan cruciales de sus vidas reales o ficticias como los instantes previos a la muerte, o a las despedidas, o a las revelaciones. Esa curiosidad, esas ganas de ser otro, tampoco nos es ajena, soñamos muchas veces con estar en los zapatos de otros, ser por un rato un indígena amazónico, un naturalista del siglo diecinueve, un poeta alejandrino, una bruja africana, un pirata cojo.

Además, Pablo Montoya ha estado tan obsesionado con estas vidas, que ha desarrollado sus historias en sus novelas posteriores. Algunos de sus poemas de este libro de 1999 son al parecer los gérmenes de algunas de sus historias recientes: su poema Ovidio de su novela Lejos de Roma, en la que narra el exilio del poeta-, su poema Caldas de su novela Los derrotados, en la que Caldas y un círculo de amigos son los protagonistas de una novela en dos tiempos pero con la derrota como común denominador; y en su poema Théodore de Bry de su novela Tríptico de la infamia, novela por la cual está hoy recibiendo el famosísimo premio.

A pesar de que Montoya vivió en París y seguramente ha hecho ya muchos otros viajes, sabe bien que no hay necesidad de salir de casa para viajar, y evidentemente lo hizo en buena medida al recorrer las historias de los personajes históricos o salidos de la cabeza de alguien con los que construyó estos poemas. Sabe bien, por ejemplo, que Théodore de Bry no tuvo que venir a América para conocer las atrocidades de la Conquista y la Colonia, que le bastaron los textos descriptivos de Bartolomé de las Casas para viajar y presenciar uno  de los más terribles rostros de la infamia. Y sabe también que se puede viajar hacia adentro, eso queda claro en su poema León: “En su mano veo los pequeños hongos recogidos. Tengo miedo ante la fragmentación y el todo. León permanece en silencio. Pero sus ojos vastos son una señal. No hay advertencia de entrada a bosques infernales. No hay antesalas de paraísos ni fronteras ni utopías. Tomo las sombrillas de la tierra. Vacilo. Miro mis ojos que me miran. Un monstruo o Dios agazapado. E inicio a salir dentro de mí”.

Después de terminar el libro, no queda duda de la calidad de la prosa poética de Montoya, ni de la buena elección del epígrafe, una frase de José Lezama Lima:

“El viaje es un movimiento de la imaginación”.

Publicada originalmente en https://literariedad.co/2015/08/02/viajeros-de-pablo-montoya/

domingo, 24 de enero de 2016

Emilio Yunis Turbay: Desde el púlpito nos acechan, nos oyen y nos hablan

Emilio Yunis Turbay. Foto:  laopinion.com.co.
Emilio Yunis T. Foto: laopinion.com.co
Emilio Yunis es un médico y genetista colombiano de ascendencia libanesa nacido en Sincelejo, y conocido como el pionero y uno de los principales exponentes de la genética humana en nuestro país y en Latinoamérica. Es entonces un científico bastante destacado, que ha trabajado la mayor parte de su carrera en la Universidad Nacional y que viene de una familia donde la ciencia es fundamental, ya que  sus cuatro hermanos  son también médicos con diferentes especialidades. Además, Yunis es un buen divulgador y explorador de conceptos biológicos, y de su relación con otras áreas del saber humano, lo que queda plasmado en su obra bibliográfica, constituida por 15 libros, entre los que se encuentran títulos divulgativos como Somos así, ¿Por qué somos así?, Ciencia y política, La búsqueda de la inmortalidad y dos novelas, también divulgativas: Las dieciséis mujeres de Juancho: el sexo por el olfato y Desde el púlpito nos acechan, nos oyen y nos hablan.

En toda su obra, incluyendo esta novela, Yunis Turbay trata de diseccionar la vida humana, poniendo de relieve sus diferentes constituyentes: genes, evolución, historia, cultura, azar, y cerebro. Combate con numerosos matices y complejidades los determinismos que se dan precisamente por no considerar factores diversos y dejarse guiar por solo uno; principalmente, el determinismo genético, que le da un peso cuasi absoluto a los genes, o el igualmente trágico determinismo cultural que pretende borrar la biología y otras variantes de la explicación, chocándose inevitablemente contra el muro de la realidad. Se resiste con valentía ante los vociferadores del destino, se niega a aceptar que ya todo está dicho, no se rinde ante la inercia cultural o los presuntos dictados genéticos; intenta devolverse, ir contracorriente hasta las montañas, hasta los orígenes, hasta la comprensión: “qué hermoso no ser como el río que nunca se devuelve”, atina a recomendarnos. ¿Por qué resignarnos a ser católicos solo por nacer en Colombia? ¿Por qué sucumbir ante la tentación de tenerlo todo dicho? Mucho mejor comprender y cambiar, sabiéndolo posible: “más vale herejía probable que analfabetismo seguro”.

La novela se desarrolla en El convento, un pueblo polvoriento, godo y caluroso ubicado en algún rincón del Caribe colombiano. Allí, a través de la historia de su familia, en especial de sus padres y uno de sus hermanos, se desarrolla la trama; la cual tiene como tema principal el enfrentamiento entre un profesor extranjero (a quien llaman el Míster ) : un naturalista sueco apasionado por los peces; y un cura español, Moratinos: conservador recalcitrante de sotana y botas militares. Hábilmente, Yunis representa a través de estos dos personajes las visiones del mundo de dos personas reales que tuvieron una notable influencia en la vida nacional: el naturalista George Dahl y el  obispo antioqueño Miguel Ángel Builes. Esta confrontación sería solo un eco de otras batallas similares que realmente se han dado a lo largo de la historia: Thomas Henry Huxley, “el bulldog de Darwin”, contra el Obispo Wilberforce; o Bill Nye contra el creacionista Ken Ham, para señalar un caso mucho más reciente. Batallas que han enfrentado visiones opuestas sobre la evolución, la cosmogonía y otros asuntos tocantes tanto al ámbito científico como a las ideas religiosas de muchos.

En un principio, el naturalista llega a la población después de sobrevivir a un accidente y un tiempo en la selva entre indígenas y animales silvestres, quedando maravillado y abrumado por la diversidad del país en el que ahora vive, describiendo lo que observaba con auténtica emoción:

“Libélulas verdes, azules y rojas remolinean sobre el agua. Una gran mariposa morpho con alas azul zafiro, como de lentejuelas, planea muy alto a la luz del sol. Un par de perezosos aletazos y de nuevo se desliza sin moverse. Otra mariposa, una caligo, con alas grandes, como de niño, sale revoloteando de los arbustos y desaparece entre los troncos del bosque. Es una mariposa del atardecer, que ama la quietud y la sombra como las morpho aman el sol y los espacios abiertos”.

Poco a poco Yunis se sumerge en la psicología de los personajes, cuenta sus historias y desdichas, sus ideas y sueños, sus emociones y anhelos. Se va lanza en ristre contra las ideas que pretenden uniformarlos, y que lastimosamente han logrado su cometido con bastante facilidad. Basta saber el lugar y época del nacimiento de muchos para deducir con una alta probabilidad gran parte de sus preferencias. “Todo hombre hace su historia, pero no la hace a su propio gusto”,decía Marx, es entonces revolucionario ubicarse en el río y navegar, hacia donde plazca y convenga, como los salmones; incluso, por qué no, para volver al manantial o para descansar a la orilla mientras los inmensos caudales arrastran a la mayoría con su descomunal fuerza.

Un ejemplo claro son sus padres, abandonaron las montañas libanesas, donde sus compatriotas morían por montones tras la crisis de inicio del siglo XX, en busca de un lugar donde al menos tuviese sentido intentar construir. Así llegaron a Colombia, y con su tenacidad, esfuerzo y carisma lograron hacerse un lugar y conformar una familia de manera digna y entusiasta. No querían quedarse a morir y ver morir, preferían la incertidumbre de lo desconocido, de lo lejano, de lo nunca antes visto; en lugar de desfallecer y dejarse llevar, como muchos de sus familiares y amigos, por el río de la historia que terminó ahogándolos. La condición de inmigrantes de sus padres sirve además para criticar ampliamente los racismos y demás formas de discriminación, que buscan tapar la unidad de los seres humanos con los escombros de identidad que parecen separarnos.

¿Por qué no desprenderse entonces del pueblo, de la religión, de las costumbres, de los prejuicios raciales y/o económicos? ¿Por qué poner por encima de las vidas individuales conceptos tan etéreos y muchas veces perversamente utilizados como la identidad cultural? ¿Por qué dar por sentado que las cosas son como deberían ser, sea para bien o para mal? Yunis lo trata con crítica y humor:

“El hombre o la mujer de éxito estaban siempre predestinados para lograrlo, no podía ser de otra manera, siempre nacen, nunca se hacen, tenían la estrella inscrita en la frente; todo eso podría llevar a sugerir la tesis de la necesidad de dominación, de opresión, de exclusión, y apelar a la herencia biológica para justificarla, pero no es posible;

Lo único que no puede transmitirse de padre a hijo es ser cura, ¿o sí?”

A pesar de que la novela pierde el ritmo en ocasiones y las conversaciones se hacen difíciles de seguir, siempre hay detalles y frases que vienen a rescatarlo. Yunis va contando anécdotas familiares o asuntos históricos, ya sean políticos, científicos e incluso futbolísticos; además nos ilustra sobre el origen y significado de muchas palabras: verraco, antimonio, esquirol, elixir, alcohol, sífilis…Nos comparte canciones y poemas, nos anima con la elocuencia de su padre don Amín o fustiga los dogmas y alegatos del tristemente célebre padre Moratinos, que insiste con voz fúnebre en que “para saber, primero hay que creer”.

El Míster se vuelve el tutor indirecto de Joaquín, el hermano del narrador, quien parece ser el mismo Yunis; el niño lo sigue emocionado y le hace millares de preguntas, con una curiosidad que nunca se ve coartada por el naturalista, que ya es también el profesor favorito de los niños del colegio principal del pueblo, donde también imparte clases el cura. El párroco aprovecha su tribuna, el púlpito, para criticar al científico, tildándolo con estigmas: “librepensador”, “ateo”, “comunista”, y repitiendo como loro viejo las erradas caricaturas con las que muchos quisieron desautorizar a Darwin y algunos de sus defensores. El púlpito le daba una ventaja clara, y así logró, mediante artimañas y mentiras, que el profesor de ciencias tuviera que marcharse con otros de sus colegas de pensamiento similar. Los acechó desde el púlpito y finalmente logró morderlos.

Sin embargo, gracias a la generosidad de don Amín, el Míster logró sobrevivir siendo el tutor de sus hijos y trabajando luego en otro colegio de la localidad, siendo aún acechado, a pesar de la nueva lejanía, desde el atril de la iglesia desde donde el padre Moratinos convencía de sus desvaríos a una multitud de acostumbrados. Qué desproporción gigantesca existe entre quienes son favorecidos desde las altas tribunas en comparación con quienes nadan río arriba.

Al final, el Míster termina yéndose de El convento hacia mejores parajes, su calidad fue reconocida en la capital. Esto se lo contaría Joaquín al cura muchos años después, cuando vuelve al pueblo a visitarlo, y Moratinos, su memoria y fuerza de oratoria, están siendo consumidos por la enfermedad. En un diálogo sereno, con pequeñas exaltaciones, van recordando las discusiones de antaño, analizando cómo se bifurcaron los senderos, comparando temporalmente sus ideas. Unos deciden, con una relativamente limitada información, la dirección de sus caminos, otros van en zigzag sin saber por dónde, arrastrados por el caudal de la historia, dominados por el vaivén de intereses ajenos, con una mínima influencia sobre la dirección de sus vuelos. ¿No quieres devolverte? Deberías escuchar el consejo del río:

“Soñé que el río me hablaba con voz de nieve cumbreña

Y dulce me recordaba las cosas de mi querencia,

Tú que puedes vuélvete, me dijo el río llorando,

Los cerros que tanto quieres, me dijo, allá te están esperando.

Es cosa triste ser río,

Quien pudiera ser laguna

Y oír el silbo del junco cuando lo besa la luna”.

Emilio Yunis Turbay. 2007. Editorial Bruna. 378 páginas.

Publicada originalmente en Literariedad: http://literariedad.co/2015/05/17/emilio-yunis-turbay-desde-el-pulpito-nos-acechan-nos-oyen-y-nos-hablan/

domingo, 9 de agosto de 2015

Carlos Framb: Un día en el Paraíso

Carlos Framb, Foto tomada de El Espectador.


Antioquia es sin duda una tierra fértil para poetas. Entre sus montañas y sus valles han nacido y morado algunos de los más representativos del país, como Miguel Ángel Osorio y León de Greiff. No es difícil entender por qué, en su territorio se han dado a lo largo de la historia una serie de condiciones naturales y culturales que han permitido a los artistas inspirarse y desenvolverse con relativa fluidez.

Entre la constelación de poetas que hoy destacan, se encuentra el sonsoneño Carlos Framb. Su obra puede considerarse pequeña, dos libros de poemas: Antinoo (1987) y Un día en el paraíso (1996). Además tiene una novela, Del otro lado del jardín (2007), en la que narra el suceso por el que se haría aún más conocido, el suicidio conjunto con su madre, al que solo él sobrevivió y por el que estuvo algunos meses en la cárcel acusado de homicidio. Su novela es poesía en prosa, en ella cuenta con impresionante sensibilidad y soltura la historia de su pueblo y de su vida, teniendo siempre como eje una elegante y elocuente defensa del buen morir.

El hedonismo atraviesa todo su trabajo, no oculta su pasión por el vino y por una buena conversación, por la noche y “el cálido contacto de otra piel”, por los besos y la contemplación. Ama la vida, pero no bajo todas las circunstancias, sabe perfectamente que, aunque se puede llorar de felicidad, algunas tragedias también hacen aparecer en nosotros aquellas “humedades de lágrima en la orilla de los ojos”.

Su libro Un día en el paraíso es un canto a la vida en todas sus manifestaciones, al universo, con sus supernovas y sus lunas y sus estrellas, como la brillante Fomalhaut que nos ilumina desde el pez austral. Pareciera casi un conjunto de oraciones laicas que empieza a recitar desde la víspera, con la capacidad de asombro intacta, casi como un niño que despierta en el jardín trasero de su casa y ve por primera vez al mundo como una “policromía en el tenue cristal de un par de ojos”. Alaba el cúmulo de contingencias y causalidades que nos trajeron hasta aquí, y celebra que por obra y gracia de una infinidad de procesos, hoy podamos sostener con fuerza la mano del amado.

Ovaciona al árbol que nos da sombra y reposo, la música de “la grata algarabía de sus aves”, “la textura de sus frutos”. Se sumerge en las profundidades oceánicas para atisbar corales y radiolarios, luego observa plácidamente desde la superficie los saltos de los delfines y los aleteos de los alcatraces y las fragatas. Se divierte identificando los cráteres lunares y pasa sus noches mirando hacia los astros, sabiéndose viajero de una nave minúscula, apenas “un toque de azul”, y sin dejar de pensar en que probablemente haya también otros viajeros en otras naves.

Termina Framb su paradisiaco libro con su propia Acción de gracias, en la que invita a los suspiros y a los hallazgos, se maravilla de nuevo ante la sincronía y la sinergia, agradece una vez más por el azar “de morar en un fértil Universo”, bendice la posibilidad de existir e intentar comprender, se regocija por la existencia de la individualidad, porque cada uno de nosotros tenga su rostro y su destino. Se alegra porque en “el cósmico esfumar de la entropía irrevocable”, prospere la poesía.

Publicado originalmente en Literariedad: http://literariedad.co/2015/04/05/carlos-framb-un-dia-en-el-paraiso/

jueves, 4 de junio de 2015

Un abrazo para todos

Hace un par de semanas, y tras una larga expectativa, se estrenó en Colombia luego de su paso por Cannes el tercer largometraje del joven cinesta Ciro Guerra: El abrazo de la serpiente. El filme cuenta, con algunas variaciones, las andanzas de dos científicos por la región amazónica: el etnógrafo alemán Theodor Koch-Grünberg que recorrería la región a finales del siglo XIX  e inicios del XX y el botánico estadounidense Richard Evans Schultes, enviado por su país en busca de mejores cepas de caucho tras la entrada de estos en la Segunda Guerra Mundial.

Las salas estaban inusualmente llenas para una producción colombiana, y las expectativas se cumplieron,a la mayoría de los espectadores les fascinó y a pesar de que ya han sido publicadas varias críticas negativas, incluso esos críticos recononocieron en el trabajo dirigido por Guerra algunas virtudes. En términos generales, podríamos dividir estas críticas, como lo hizo Héctor Abad Faciolince, en aspectos estéticos (imagen, actuación, sonido) y aspectos ideológicos (diálogo y fricción intercultural).


En cuanto a los aspectos estéticos hay un consenso relativo: las imágenes son impactantes, atrapan, envuelven, excitan nuestros sentidos e ideas. El blanco y negro, a pesar de que los amantes del verde hayamos extrañado el color, despertó en todos una imagen positiva. El sonido también fue elogiado, desde el sonido ambiental producido por el río y otros elementos, hasta el uso intermitente de muchas lenguas, entre indígenas y no indígenas. Sin embargo, hubo algunas críticas al respecto: algunas traducciones imprecisas, la ausencia de la lingua geral, entre otras. Además, muchos estamos de acuerdo en que una de las escenas finales, en la que que Evans prueba el caapi preparado con la yacruna, era innecesaria y se nota forzada, no solo por estar en color y desentonar con el resto del filme, sino también porque en realidad, según cuenta Wade Davis en su magnífico libro El río, Richard Evan Schultes nunca sintió tan fuerte los efectos del caapi (la Banisteriopsis caapi y la Psychotrya viridis son dos de las plantas usadas en la preparación de la ayahuasca).

En cuánto a las críticas ideológicas, hay dos vertientes principales, que básicamente se dividen de acuerdo a sus visiones sobre la relación entre los grupos indígenas y los demás humanos, que algunos insisten en llamar, incluso con un injusto y anacrónico tono despectivo, "occidentales". Quiero enfatizar aquí mi desacuerdo con ambas vertientes, y resaltar que en esta como en muchas otras discusiones hay un amplio espectro de opiniones y visiones del mundo. Por un lado, entonces, tenemos a los que vieron la película como una oda indigenista, en la que los indígenas, aunque ya esté negado su rol como buenos salvajes por la antropología de las últimas décadas, son superiores a los presuntos terribles y omnidestructores blancos, aquellos occidentales "hijos del viento", sin arraigo, pintados por algunos indigenistas sin matices como un grupo humano monolítico e inmoral. Por el otro lado, tenemos a los omnipresentes indigenistas, que vieron en la propuesta de Guerra una oda a ese terrible Occidente, "una película muy para blancos", dijo uno de esos personajes que ven vestigios de colonialismo hasta en la sopa.

Creo que ambas críticas son equivocadas, ya que parten, según mi opinión, de lecturas erróneas de algunos apartes de la historia. Quiero empezar con la columna de Héctor Abad, que dice estar en desacuerdo con la ideología del filme al interpretarlo como indigenista, ya que en él, según Abad "El supuesto hombre blanco iluminado va a observar a los “salvajes” y de repente ve en ellos todas las virtudes, el depósito de toda la sabiduría ancestral, el receptáculo de la bondad, el equilibro y la ecología". A pesar de que en la trama hay varios apartes que hacen pensar esto, hay otros que se desligan de esta ideología. Sigue siendo un lugar común pensar esta discusión en términos de buenos y malos, así, para algunos, todos los "occidentales" somos malos mientras que todos los indígenas son buenos, en una reducción que no resiste ningún análisis.

 Sin embargo, creo que la película tiene como una de sus virtudes desterrar un poco de nuestras mentes estas típicas interpretaciones. En este orden de ideas, hay dos pasajes reveladores: en el primero, después de que un grupo de indígenas con los que habían pasado la noche no le devuelven la brújula a Von Martiuz, y ante el reclamo de este, Karamakate le dice que no puede impedir que ellos aprendan, que "el conocimiento es para todos", es decir, que tanto los saberes producidos por los grupos indígenas a lo largo y ancho del globo, como los producidos por esos supuestamente temibles "occidentales", son valiosos y respetables, dignos de análisis y comprensión, y que podemos (y debemos, añado yo) compartirlo y debatirlo en lugar de enfrascarnos en fútiles peleas que pretenden muchas veces realzar uno de los lados del espectro mientras desprecian por completo el otro. Lo que debería ser una obviedad: que el conocimiento no vale por su origen espacial o temporal, ha llevado a muchos, por sus afanes ideológicos, a condenar lo incondenable y a defender lo indefendible. Además, hay otro pasaje clave que refuta la visión de Abad sobre la película (no la visión sobre el tema, la cual comparto, es decir que no hay grupos humanos superiores a otros per se): en su regreso a la Chorrera al encontrar al brasileño que se cree  El Mesías y a los indígenas que lo siguen como si lo fuera, Karamakate pronuncia: "aquí está lo peor de los dos mundos", lo que implica que ambos mundos: el indígena y el no indígena, tienen cosas buenas y malas, son imperfectos y lo seguirán siendo, a pesar de que algunos insistan, con su defensa a ultranza de la identidad, en tratar de elevar a unos al pináculo de la inteligencia y la ética mientras destierran a los otros al nivel más bajo que hayan inventado.



Por el otro lado, no escampa, algunos críticos han fustigado a Guerra, por ejemplo, porque los indígenas que aparecen en la película son condescendientes con los "blancos" y han insinuado que no son "verdaderos indios". Al parecer, según algunos de estos genios, los únicos indios verdaderos son los que rechazan con violencia y arrogancia cualquier intento de comunicación, de diálogo, de entendimiento. Incluso, una de las comentaristas, la misma que señaló que es una película "muy para blancos", escribió en un comentario que los "occidentales", esos depositarios del mal, no están "preparados" para ejercer un diálogo con las culturas amazónicas. Esto es indigenismo puro y duro, ubicar un conjunto de grupos humanos como superior, como lejano, sin un atisbo de rigor antropológico. A pesar de ser la señalada una experta en lenguas indígenas, es evidente para muchos de nosotros que hay entre ellos muchos personajes que aún se tragan entero diferentes versiones del buensalvajismo y del antioccidentalismo acrítico.


Me rehúso a ubicarme en una de estas orillas, ya que veo  en la película y en la experiencia de etnógrafos y antropólogos como Koch-Grünberg, Schultes, Davis, Plowman, Diamond, Harris y muchos otros, el camino a seguir: el del diálogo, el del mutuo entendimiento, que nos permita compartir y debatir lo que los diferentes grupos humanos e individuos hemos aprendido a lo largo de nuestras historias individuales y colectivas. Todos, absolutamente todos, podemos sentirnos abrazados por la serpiente. Todos, absolutamente todos, tenemos mucho por aprender y desaprender.

martes, 5 de mayo de 2015

Humo verde

El pasado sábado 2 de  mayo, como ya es tradicional al inicio de este mes, se celebró una vez más la Marcha mundial de la marihuana en ciudades como Buenos Aires, Quito y Medellín. Decenas de miles de ciudadanos marcharon pidiendo una vez más la legalización y/o la normalización de esta planta que es usada con diferentes fines por millones de personas de diversos orígenes culturales y socioeconómicos. La tendencia actual por la legalización en diferentes países, como Uruguay y muchos estados de Estados Unidos, ya sea para fines médicos o recreativos, ha hecho que muchas personas se sumen a la iniciativa y participen activamente en las movilizaciones y otras actividades alrededor del tema.

En la capital antioqueña, decenas de miles de usuarios de esta droga marcharon por las emblemáticas avenidas La playa, Oriental y San Juan, caminando entre nubes de humo que llegaban a las narices de los curiosos que observaban desde los edificios, pidiendo una vez más la legalización del cannabis, así como ratificando de nuevo el deseo de llevar a la sociedad al abandono de los estigmas que han caído sobre sus consumidores a lo largo de la historia. En la marcha encontramos gente de todas las edades, de todos los colores, de todos los orígenes sociales; incluso  algunos extranjeros: argentinos, estadounidenses, asíaticos, europeos. Marchando en grupos de amigos bajo el sol de la tarde, fumando, comiendo, calmando la sed, riendo con los comentarios y ocurrencias de los otros marchantes. Había porros gigantes y frases ingeniosas, pintas extravagantes y aviones encendidos, miles de historias y experiencias caminando juntas en pro de algo que los une.



Nadie niega cueros, agua ni plones; compartir parece ser el primer mandamiento. La gente de los negocios sonríe divertida, una vez al año ven pasar a este montón de gente llenando sus horas vespertinas de humo, y algunos ríen tanto y tienen el rostro tan cansado, que parece que el humo ha sido suficiente para generar el efecto que tantos disfrutamos. Nos divertimos también con los que se asustan, con los que corren, con los que tapan los ojos de sus hijos y nietos para que no se enfrenten con uno de los aspectos más cotidianos de la ciudad. Sin embargo, muchos parecen acostumbrados,  saben que entre sus primos, sobrinos y allegados hay varios consumidores, incluso los imaginan caminando por allí con su pandilla de amigos. Y es que en Medellín el consumo está bastante normalizado: fuman el mecánico y el médico, el profesor y el estudiante, el ejecutivo y el indigente.

La marcha se da en el marco de una serie de actividades programadas para toda la semana: la Semana Cannábica de Medellín, la cual  incluye foros como el titulado "Legalización del cannabis en Colombia, ¿realidad o utopía?". Muchos ya ven como la tendencia mundial  hace eco en Colombia con las declaraciones, algo tímidas, del presidente Santos y de algunos otros personajes del gobierno como el ministro de Salud. De hecho ya se viene adelantando el debate en el congreso sobre la legalización con fines médicos y al parecer el gobierno plantea llevar algunas propuestas novedosas al respecto a la próxima Asamblea General de Naciones Unidas el próximo año.

Resultado de imagen para jamaica legal cannabis first plantRecientemente, otro país americano, Jamaica, legalizó la producción de cannabis con fines médicos y de investigación.  Ya sembraron la primera planta en una de sus universidades, y esperan que su investigación permita en el futuro su comercialización para diversos fines. Además, en la nueva ley, está incluida la despenalización del porte de pequeñas cantidades de la droga, como ya ocurre en muchos otros países como el nuestro. Por otra parte, Irlanda ha empezado la discusión sobre la despenalización y legalización siguiendo la tendencia ya comentada, ya que su estrategia actual contra las drogas termina en 2016, y algunos de sus líderes están planteando un cambio de enfoque. Ojalá estas iniciativas se sigan multiplicando y que continúen aquí, donde evidentemente la discusión sobre esta y las demás drogas es de vital importancia, al ser su tráfico y consumo un factor bastante relacionado con las problemáticas sociales que nos afectan.




miércoles, 8 de abril de 2015

¿A qué vamos a la universidad?

"Sé plural como el universo"
Fernando Pessoa 

A raíz de la reelección del rector de la Universidad Nacional de Colombia, Ignacio Mantilla, y las protestas que le prosiguieron, se alzaron de nuevo ciertas voces desde algunos sectores pidiendo a los estudiantes que por favor se dediquen a estudiar, estudiar y solo estudiar, que para eso es que se va a la universidad. Durante toda mi vida universitaria he rechazado y criticado con vehemencia los actos violentos, ya que considero que afrentan contra valores universitarios básicos que algunos de sus autores presumen defender, como la autonomía y la libertad, pero, ¿ realmente vamos a la universidad exclusivamente a estudiar nuestras carreras?

Al parecer, quienes elevan estos reclamos no saben o no quieren reconocer que la presunta misión de la universidad va mucho más allá de esa simpleza, y que desde hace muchos años las universidades intentan, con todas sus dificultades, formar seres humanos integrales, lo que implica que los miembros de la comunidad podamos realizar actividades que nos interesen y apasionen aunque sean ajenas a nuestros currículos académicos. 

Claro está que el estudiante de física que quiera pasar toda su carrera sumergido en sus ecuaciones y sus teoremas, está en todo su derecho; y que el estudiante de deportes que invierta todo su tiempo entre las aulas, el gimnasio y el coliseo, no debería tener muchas dificultades para hacerlo. Pero quienes tenemos intereses más amplios también debemos y afortunadamente aún tenemos en las universidades una fuente de posibilidades para saciar nuestros deseos e intentar cumplir nuestros objetivos.

Es apenas normal entonces que muchos vayamos a la universidad, además de a estudiar, a hacer otras cosas como trabajar, entrenar, practicar nuestros hobbies, divertirnos con nuestros amigos, conocer nuevas personas, debatir nuestras ideas, leer textos diferentes a los de nuestras asignaturas, entre muchas otras. La vida universitaria es una etapa en la que cada uno de nosotros distribuye su tiempo como mejor le parezca, de acuerdo a las necesidades y deseos específicos. Pretender uniformar el tiempo y actividades que realizamos dentro de los campus, acabaría con varios de los aspectos positivos de estas instituciones, como el de ser un lugar de pensamiento y debate, de diversidad y libertad, de diversión y reflexión.

En cuanto al tema político, que es evidentemente el que más molesta, no digo que los estudiantes universitarios estemos obligatoriamente llamados a cambiar el rumbo de la historia, como afirman algunos discursos grandilocuentes; ni que esté bien que muchos usen los espacios comunes solo para actividades no académicas, pero no veo tampoco nada de malo per se en que los estudiantes interesados en los asuntos políticos internos, locales, nacionales e internacionales expresen sus opiniones y formen diferentes tipos de asociaciones para defenderlas, discutirlas y divulgarlas. Después de todo, la política está presente en nuestra cotidianidad y saber entenderla es también importante para formar ciudadanos íntegros y capaces de aportar a la sociedad desde sus respectivas disciplinas e ideologías, desde sus visiones del mundo, desde sus sueños. 

Voy a la universidad a vivir, no a encerrarme en alguna coraza. Cada uno decide entonces si se queda en su burbuja, o se enfrenta al mundo para observarlo, entenderlo, y, por qué no, intentar transformarlo.