martes, 9 de diciembre de 2014

Aves en la literatura 4- Un día en el Paraíso: Carlos Framb

Llegué al poeta sonsoneño Carlos Framb (1964-...) a través de un libro del divulgador científico colombiano Antonio Vélez, en los epígrafes de su libro Del Big bang al Homo sapiens había trozos de poemas del nicaragüense Ernesto Cardenal y de este antioqueño, que con sus versos precisos y cargados de contenido me ha hecho reflexionar musicalmente, me ha invitado a conocerme más y ha hecho que mantenga siempre con uno de sus libros en mi mesa y uno de sus poemas en mi mente. Para un estudiante de biología como yo  es un placer leer en poemas las palabras que aparecen en nuestros libros de texto, y ver como se concatenan con compañeras que las embellecen y fortalecen, así Framb nos habla "del matizado coral y del tremolar del plancton" o "del cósmico espumar de la entropía irrevocable", logra que se entremezclen razón y placer de una forma algo inusual, negando una vez más la lejanía entre ciencia y arte. Sus poemas podrían ser calificados como naturalistas, son cantos al universo, al planeta, a la vida, te arrullan y te excitan, te hacen sonreír y te enseñan, te hacen recordar, te inducen a imaginar; por eso quizá Alberto Aguirre diría que el título de su libro: Un día en el Paraíso (1994), no es solo bello sino también justo.
Los dejo entonces con algunos poemas donde las aves aparecen ya sea directa o indirectamente:

Hermano del noble silencio

Bendita sea la simiente inmemorial que engendrara el
primer árbol: dónde gravitaría el ave sin su selva
rumorosa; dónde reposaría el caminante sin su
umbrátil llamarada; dónde –sin su levitación
acogedora– habría yo morado en las antiguas
intemperies y en los fríos, en los días pavorosos de mi
noche...
Todo en mi fisonomía conmemora un ayer entre sus
brazos: en sus flores aprendieron mis ojos de curioso
lémur a advertir los relieves y matices; en la grata
algarabía de sus aves maduraba la garganta de mi voz
y de mi verbo; la textura de sus frutos decantó la garra
en mano y caricia creadora; la osatura ascensional de
su ramaje unos músculos que hoy propenden al abrazo.
Es tantas cosas un árbol: sin la ofrenda y la premura
de su savia no correría mi sangre; sin su alquimia de
agua y luz en clorofila faltaría mi apremiante bocanada
y mi alimento de ser vivo; sin su dócil y envolvente
celulosa no sería la página en que hoy vengo a
celebrarlo, noble hermano en cuya fronda alguna vez
tuviera hogar y compañía de pájaros.


Pequeño laberinto armónico

De tal modo aviene el ruiseñor su cuerpo a la precisa
densidad del aire, que el más leve movimiento suyo es
perfecta acrobacia y tenue danza. Y de tal modo se
entiende con sus músicas mi ser, que su más ligero trino
es razón de dicha y ocasión de asombro para mí. ¡Cómo
puede el aire prestarse a tanta sutileza, a tal dulzura;
cómo puede existir una criatura toda de pluma y canto,
a tal punto celestial!
Nuestra mutua devoción por el canto coral prueba sin
duda una hermandad de siglos: si hay hambre para el
pájaro es mi hambre, y si agua, es mi garganta la que se
satisface. También en los sabores de la fruta yo me
embriago y del néctar de sus mieles me abastezco; para
el uno y para el otro es fascinante el vuelo, y para ambos
suele ser la vida generosa y buena.


Oceánica

Cómo habré de celebrar la incalculable y maternal
resplandecencia del océano: ese otro firmamento que
se ahonda en precipicio y donde es líquido el azul, ese
otro continente del cardumen armonioso, del
matizado coral y el tremolar del plancton, de abisales
radiolarios como flores cristalinas y versátiles delfines,
alcatraces y fragatas.
Que soy del mar lo revelo y llevo escrito en cada célula.
No puedo ocultar que de su vientre vengo y que fue
entre su amnios primordial donde alcanzaba el ser: allí
empezó la vida a desplegarse y con flagelos elevarse
hacia la luz; allí asumió por vez primera la pupila
transparencia y se hizo susceptible a la caricia del color;
allí perduran las burbujas antiguas de mi aliento, el
eco de mis arcaicos balbuceos, las atlántidas de mi
acuática memoria.
Algo aún –vaivén de mareas en mi sangre, vertimiento
de sales en mi piel, humedades de lágrima en la orilla
de mis ojos– atestigua mi ascendencia marina y
pisciforme.


Les dejo el link del libro por si les gustó: http://www.editorialpi.net/obras/paraiso.pdf

miércoles, 8 de octubre de 2014

Poemas sobre la muerte

La muerte es un tema complejo, quizá igual de complejo que la vida, y al fin y al cabo, son inseparables, ninguno de los dos fenómenos existe sin el otro. Es un tema además importante desde muchas perspectivas: salud, ciencia, filosofía, religión, arte... Sin embargo, cuando alguien pronuncia esta palabra, muchos prefieren mirar hacia otro lado, evitarla, huir de su confrontación, aunque en el fondo tengamos claro que a todos nos llegará la hora de enfrentarla. Son tantas las cosas que hacemos para ignorarla, que hasta nos inventamos otras vidas, soñamos con paraísos venideros y cielos imperturbables, y quizá por eso muchos descuidan su presencia en la Tierra, que al menos hasta donde sabemos es lo único que de verdad poseemos. Quiero entonces compartir estos poemas para que reflexionemos sobre ella por unos munutos, para que sintamos su ambivalencia, para qué nos abracemos a la vida  mientras vemos a la muerte como una parte de ella.

Gran escena de la muerte, Beckmann
Gran escena de la muerte, Max Beckmann, 1906



Omnis moriar

No soy el primer adán que sueña vanamente no morirse todo, y salvar algún instante de paraíso al censo irrevocable del olvido.

Pero la fuerza de la vida me ha enseñado que nada hay acumulado en letra que no sea ceniza de quemadas naves, que las huellas sólo quedan en las plantas del viandante, que he de pasar llevándome la esencia: el fulgor del sol, mil veces milenario y sin embargo cada día nuevo, los momentos aquellos en que me fue dado aquilatar el regalo y misterio de existir, la leve hora en el cálido contacto de otra piel, la conciencia de ser una forma irrepetible: dócil barro en la mano del tiempo, el vertimiento vivo del agua en la garganta de mi sed o en la almohada de mi llanto...

Moriré del todo, como este solitario instante, que ya no es.

Carlos Framb. Poeta y novelista colombiano (1964-...)


En los Funerales de un Amigo

Qué exequias más hermosas, qué gentío,
cuántas flores y sombras, cuánta pena,
con su mutis quedó sola la escena,
cuántas hojas caídas sin rocío.

Qué silencio en las voces, y qué frío
por el amigo muerto. Gime llena
de angustia el alma por el alma buena,
cómo me dueles, compañero mío.

La amistad y el amor están presentes,
la pluma y el talento están de luto,
nieblas hay en los ojos, en las frentes.

Y pienso al ver el fúnebre ajetreo
que por razones de mi ceño hirsuto
no irá a mi entierro nadie, ni yo, creo.

Ciro Mendía. Poeta y dramaturgo colombiano (1892-1979)

Nada de misereres

Yo no quiero morir, morir me asusta
y la muerte se me hace muy pesada,
me cae gorda la desnarigada,
pues no sabe de amor, ni a nadie gusta.

Me molesta y fastidia con su fusta
y con perdón, no sirve para nada,
es una pobre hembra fracasada,
y es aguafiestas y además injusta.

Yo no quiero morirme ni de broma,
me gusta más la pera que el fibroma,
más la luz que los largos apagones.

Me gusta más la risa que el lumbago,
por un responso que me den un trago
y el cielo se lo dejo a los gorriones.

Ciro Mendía. Poeta y dramaturgo colombiano (1892-1979)



Muerte de Klimt
Muerte y vida, Gustav Klimt


Cirios

Los días futuros se levantan ante nosotros
como una fila de pequeños cirios encendidos,
pequeños cirios dorados, cálidos y vivos.
Los días pasados permanecen entre nosotros,
triste hilera de cirios apagados.
Los más recientes humean todavía,
cirios fríos, fundidos e inclinados.
No quiero verlos; su aspecto me aflige.
El recuerdo de su antigua luz me daña.
Y contemplo delante de mis cirios encendidos.
No quiero ni volver la cabeza
ni constatar, temblando, cuán rápido
la sombría hilera se alarga,
cuán pronto los cirios apagados se
multiplican.

Constantino Cavafis, poeta griego (1863-1933)


[Qué es la muerte para el que la mira...]

Qué es la muerte para el que la mira
qué es la muerte para el que la siente
pesadez ignota, incomprensible dolor que el egoísmo trae
para éste
silencio, paz y nada para ése.
Sin embargo el uno siente que su orgullo se rebela, que su mente no soporta,
 que tras la muerte nada quede, que tras la muerte esté la muerte.
El otro, en su paz, en su silencio, en su majestad inconsciente siente
Nada siente
Nada sabe
Porque la muerte es la muerte
Y tras la muerte está la vida
Que sin la muerte sólo es muerte.

Humberto Maturana, biólogo y epistemólogo chileno (1928-...)





lunes, 29 de septiembre de 2014

Aves en la literatura 3- Faunética: Jose Eustasio Rivera

Esta es la tercera entrada de la serie Aves y literatura, que ya había iniciado con algunos poemas del poeta  argentino Leopoldo Lugones y continuado con el poeta peruano José Santos Chocano. En este caso, les comparto 3 poemas del poeta y novelista colombiano Jose Eustasio Rivera (1888-1928), famoso por la novela La vorágine, novela que es considerada un clásico de nuestra literatura, y que está enmarcada en los llanos y el Amazonas. Dichos poemas también son sacados del mismo fantástico libro:  Faunética. Antología poética zoológica panamericana y europea.


[UN GUADUAL QUE RUMORA...]

Un guadual que rumora mientras duerme el plantío;
y en la madre del cauce soñoliento y salvaje,
solitaria en un tronco donde el tumbo hace encaje,
una garza que sueña con las ondas del río. 
  En sus plumas de raso se abrillanta el rocío;
y después, cuando escruta, maliciosa, el paraje,
alargando su cuello sobre el simple oleaje,
clava, inquieta, los ojos en el fondo sombrío.
  Es un pez nacarino que irisándose juega
en la diáfana linfa del remanso callado;
la enemiga acechante los plumones despliega,
  con asalto certero del cristal lo arrebata,
y alza el vuelo llevándose en el pico rosado
un estuche de carne guarnecido de plata.

[VIAJERA QUE HACIA EL POLO...]

Viajera que hacia el polo marcó su travesía,
la grulla migratoria revuela entre el celaje;
y en pos de la bandada, que la olvidó en el viaje,
aflige con sus remos la inmensidad sombría.
  Sin rumbo, ya cansada, prolonga todavía
sus gritos melancólicos en el hostil paisaje;
y luego, por las ráfagas vencido su plumaje,
desciende a  las llanuras donde se apaga el día.
  Huérfana, sobre el cámbulo florido de la vega,
se arropa con el ala mientras la noche llega.
Y cuando huyendo al triste murmurio de las hojas
  de nuevo cruza el éter azul del horizonte,
tiembla ante el sol, que, trágico, desde la sien del monte,
extiende, como un águila, sus grandes alas rojas.

[CANTADORA SENCILLA]

Cantadora sencilla de una gran pesadumbre,
entre ocultos follajes, la paloma torcaz
acongoja la selva con su blanda quejumbre,
picoteando arrayanas y pepitas de agraz.
  Arruruúuu... canta viendo la primera vislumbre;
y después, por las tardes, el reflejo fugaz,
en la copa del guáimaro que domina la cumbre
ve llenarse las lomas de silencio y de paz.
  Entreabiertas las alas que a la luz tornasola,
se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola; 
y esponjado el plumaje como leve capuz,
  al impulso materno de sus tiernas entrañas,
amorosa se pone a arrullar las montañas...
y se duermen los montes...Y se apaga la luz!


[TORNANDO DE LA ZONA...]

Tornando de la zona ultramarina
sobre la leve ráfaga de enero,
hoy ante el muro el pajizo alero
empezó a revolar la golondrina.
  Trémula, en vano, con el ala endrina
roza las grietas, y, al fulgor postrero,
eleva su reclamo lastimero
en la oquedad de la ventana en ruina.
  Punzada por la triste cantilena
vi que la tarde se nubló de pena;
y cuando el ave tras el bien perdido
  rasgó el azul del horizonte claro,
contagiada del mismo desamparo
mi alma también atardeció de olvido.



domingo, 20 de julio de 2014

Aves en la literatura 2- Faunética: José Santos Chocano

Esta es la segunda entrada de la serie Aves y literatura, que ya había iniciado con algunos poemas del poeta  argentino Leopoldo Lugones. En este caso, les comparto 3 poemas del polémico poeta peruano José Santos Chocano (1875-1934). Dichos poemas también son sacados del mismo fantástico libro:  Faunética. Antología poética zoológica panamericana y europea.




Las aves
¡Cuántas aves que anidan sin recelo
en un árbol, que es luego cruz o nave,
tienden por fuerza misteriosa y grave
como el árbol también, al mar o al cielo!

El ave es ambición que huye del suelo
y es alerta estentóreo o trino suave;
que el canto más glorioso es el del ave
y la línea más pura es la del vuelo.

No importa- ya que el sol rasga las brumas-
que el mal persiga al bien y el buitre altivo
a la paloma, hecho un Satán con plumas;
 que, mientras alas tengan y garganta,
serán las aves el emblema vivo,
de todo lo que vuela y lo que canta.

El sueño del cóndor
Al despuntar el estrellado coro,
pósase en una cúspide nevada:
lo envuelve el día en la postrer mirada;
y revienta a sus pies trueno sonoro.

Su blanca gola es imperial decoro;
su ceño varonil, pomo de espada;
sus garfios, siempre en actitud airada,
curvos puñales de marfil con oro.

Solitario en la cúspide se siente:
en las pálidas nieblas se confunde;
desvanece el fulgor de su aureola,
   y esfumándose entonces lentamente
se hunde en la noche como el alma se hunde/
en la meditación cuando está sola...

El pavo real 
El pavo real es el señor vizconde
que con golilla tornasol pasea;
entre plumas magníficas se esconde;
y con un grito trémulo responde,
si la alegre gallina cacarea.

Pasea como un rey entre sus salas,
luciendo altivo las abiertas rosas
que en amplia confusión forman sus galas;
él, que tiene en la cola y en las alas
perdidas un millón de mariposas....

Vedle cómo en su cuello, donde empieza
ese matiz que entre las plumas vaga
orgulloso levanta la cabeza:
¡Vedle cómo conoce su belleza
y con su propia vanidad se embriaga!

Vedle cómo, señor de los señores,
mueve a compás el cuerpo en que tremola
la bandera de todos los colores,
mientras luciendo va todas sus flores
sobre el arco iris de la abierta cola...

jueves, 10 de julio de 2014

La abstención y el vicio de los extremos

La abstención en Colombia ha estado históricamente alrededor del 50 %, sin embargo, en las últimas 3 votaciones, para el Congreso y las dos vueltas presidenciales de este año, ha estado por encima de este porcentaje. En los comicios de marzo para Senado y Cámara se registró una abstención de más del 56%, en la primera vuelta de mayo fue superior al 60% y aunque disminuyó bastante para la segunda vuelta, siguió siendo más de la mitad, 52%. 

Tendencia de la abstención para el Congreso en Colombia entre 1978-2014. 

Ante este fenómeno tan marcado, se dieron todo tipo de opiniones en el país, tanto en la dirección de criticar a todos los abstemios como verdugos de la nación, al dejar en manos de los de siempre las decisiones que se suponen de todos, como en el sentido contrario de alabar la abstención como presunta prueba del fracaso de la democracia electoral. Igualmente, se dieron posiciones intermedias bastante más sensatas que propenden por la búsqueda de las causas de este problema y las maneras más óptimas de solucionarlo. Dicho lo anterior, lo que busco en este pequeño escrito es criticar los dos extremos de opinión que se presentaron, argumentando por qué son fundamentalmente errados.

Lo básico en esta discusión es reconocer que los abstencionistas colombianos lo son por un espectro grande de razones, no solo  por la "indiferencia", "apatía" y "estupidez" que supone un bando; ni solo por el "rechazo", "hartazgo" o "cansancio" de la democracia electoral que supone el otro bando, con sus cuentas tan alegres y convenientes. Para ver lo anterior, basta con ver cómo cambian los porcentajes de una votación a otra, pero hay quienes prefieren acomodar la realidad a sus prejuicios y gritar airados sus falacias non sequitur. Por ejemplo:

"El pueblo no sigue, solo votaron un 39% y de ese 39, solo un 30% voto por la oligarquía criminal agro-exportadora. El pueblo no cree ni en los bandidos ni en los mecanismos que tienen los bandidos, para perpetuarse. Eso es claridad. El sistema electoral, ni el sistema judicial, ni el sistema legislativo, ni el ejecutivo, ha sido y es del pueblo. Es el aparato de poder de la oligarquía lacaya- inglesa- norteamericanaagro-exportadora de tabaco, café y cocaína". 

Una  clara falacia non sequitur, no se sigue la conclusión de la premisa.


Es cierto que hay un porcentaje de abstencionistas que nunca votan porque simplemente no ven  o no comparten la importancia de votar para la vida política del país, y que viven embebidos en sus esferas particulares indiferentes a lo que sucede por fuera de sus burbujas. También es cierto que hay quienes se abstienen por una fuerte convicción política, que aunque respetable, es al menos discutible. En este último grupo ubicamos a muchos anarquistas, comunistas y otras vertientes de la izquierda, e incluso algunos que podrían ser tildados de derechistas. En estos grupos, sin embargo, es evidente la tendencia a adjudicar toda la abstención al rechazo que ellos sienten, por diferentes razones, hacia la democracia electoral (como en el ejemplo citado arriba), así como de su terrible afición de ver al mundo en blanco y negro. Si de ellos dependiera, dirían que mi abuela no vota por ser una lectora consagrada de Marx y compañía. La verdad es que entre estas dos importantes razones para justificar dichos porcentajes, hay otras muchas, que las complementan: el desplazamiento interno en Colombia ( que habría evitado que 300000 personas votaran este año), la desinformación sobre los puestos de votación, el trabajo, el mundial de fútbol, las enfermedades,  la imposibilidad de transportarse hasta el lugar asignado, los viajes imprevistos , y algunas más que quizá se me escapen.

Puede decirse que la misma dicotomía sucede con los votos nulos y en blanco, hay grupos que esperan pacientes sus resultados para adjudicarles como causa sus propios prejuicios y cegarse ante la evidencia de la multiplicidad de factores que conducen a su aparición. Pienso entonces, que sea cual sea nuestra posición personal, debemos investigar bien las causas de los problemas electorales, así como de cualquier otro probema y, si nos interesa o defendemos este sistema, buscar las maneras de solucionarlos; y si por el contrario, estamos en contra de este sistema, mejorar nuestros argumentos, no acomodar los datos a nuestra visión del mundo y proponer alternativas mejores, si es que se piensa que las hay, para la organización de nuestra vida política. Así, quizá, podamos alejar de nuestras mentes la omnipresente trampa que hace caer a los desprevenidos y/o prejuiciosos en el asfixiante y adictivo vicio de los extremos.


domingo, 15 de junio de 2014

Aves en la literatura 1- Faunética: Leopoldo Lugones

Ya había iniciado una pequeña colección sobre dedicatorias de libros, y ahora, quiero empezar otra sobre las aves en la literatura. La idea es, simplemente, compartirles algunas frases, poemas, cuentos y demás, que hablan sobre aves en los libros que voy leyendo, y aprovechar esas líneas para mostrarles algunas fotografías sobre los animales en cuestión y quizá contarles algunos datos interesantes al respecto.

Para esta primera ocasión, deseo compartirles una serie de poemas del escritor y político argentino Leopoldo Lugones (1874-1938). Los poemas en cuestión son extraídos de un libro maravilloso del Instituto Caro y Cuervo que me encontré en una feliz casualidad de  biblioteca: Faunética. Antología poética zoológica panamericana y europea. El libro, de más de 800 páginas, es una recopilación de poemas sobre animales con algunas traducciones y textos originales en su idioma, una buena colección de autores de los lugares mencionados en el título,  y una genial organización basada en la taxonomía, clasificado según las clases (aves, mamíferos, reptiles, insectos...), órdenes (primates, carnívoros, caprimulgiformes, quelonios, artiodáctilos...) y familias (félidos, ardeidos, cérvidos, furnáridos...), e incluso una sección final de animales míticos. Aquí los dejo entonces en compañía de Lugones y de algunas de las aves sobre las que nos habla:


Nidos de oropéndolas, tradicionalmente conocidos como
gulungos o mochilas.
EL NIDO

Una arista, una cerda, un hilo, un copo
de lana ocasional, y mucha espina.
Una honda suavidad de pluma fina,
un triple gajo de cimbreño chopo.
Y al declinar la vespertina hora,
en la puerta del tálamo sencillo,
dorándose de sol el pajarillo
con gorjeo más suave se enamora.

LA GARZA

En su abstracto candor, el tiempo vano
inmoviliza eterno, hondo, distante,
la soledad oscura del pantano
y una línea de tiza interrogante...


LA PERDIZ


Odontophorus hyperythrus, relativamente comunes en los bordes de los
caminos montanos.
Su andar de doncella inquieta
pone la angustia del yerro
en las narices del perro
y el cañón de la escopeta.

Pero, al abrigo falaz
de la hierba fresca o mustia,
también tiembla en dulce angustia
su silbido montaraz.

Así, en tal desasosiego.
y ante todo azar perpleja,
su timidez empareja
con la gleba del labriego.

Atenta al más leve tris
que, agazapándose, escucha,
parece que la encapucha
la estepa del campo gris.

Todo el color que así pierde,
como en brillante renuevo
pinta su morado huevo,
que en la martineta es verde.

La que trasluce al revés
su vibrante ala bermeja,
con tres volidos se aleja,
pero no da más de tres.

Así el cazador mañoso
su pólvora economiza,
que, vivaz o agachadiza,
no escapa al trance riesgoso.

Y tras el natal terrón,
o al despavorido vuelo
zumba en su eterno desvelo
la saña del perdigón.

LA TÓRTOLA MONTARAZ

Bajo el denso tallar cuyo reposo
promete al alma soledad eterna
se compunge su arrullo misterioso
en musical retumbo de cisterna
Con un lento llorar de hoja marchita,
mulle el bosque otoñal pálida alfombra.
Y en la queja recóndita palpita
el corazón profundo de la sombra.

EL PICAFLOR

Run…run…run…dun… Y al tremolar sonoro…
Del vuelo audaz y como un dardo, intenso,
surgió de pronto, ante una flor suspenso,
en vibrante ascua de esmeralda y oro.
Fue color…, luz…color…Aun brusco giro,
Un haz de sol lo arrebató al soslayo;
y al desaparecer con aquel rayo,

su ascua fugaz carbonizó en zafiro.

Uno de los colibríes más bellos de nuestro país, Colibri coruscans 
Estas aves, de origen europeo, solo viven ahora en el contienente americano, siendo Colombia el país con más
especies.

LA COTORRA

Forpus xanthopterygius -tree hole -Brazil-8.jpg
De la numerosa y ruidosa familia tropical Psittacidae, con
sus primas las loras, las guacamayas y las cacatúas.
Sobre el gajo trunco de un árbol en ruinas
cuando es más pesada la solar modorra
en la inmensa carga del nido de espinas,
su  flámula verde pone la cotorra.
Con alborotadas desafinaciones
llega propalando sus charlas burlescas;
y como en el nido tiene ya pichones,
le cierra la boca con ramitas frescas.
Allá se adormila con vago meneo,
o algún divertido palitroque labra;
y en la somnolencia de su cuchicheo,
se entrecorta un eco que casi es palabra.

Similar a los búhos, se diferencia de ellos por su cara acorazonada.
LA LECHUZA

Evocando tristes cruces,
y cosas de sepultura,
prende ante la cueva oscura
su linterna de dos luces.
Cierra un claro anochecer
lentos ojos de amatista,
y ella al caminante chista
o habla con voz de mujer.
Y en aquel falaz remedo
de incomprensible palabra,
pone su burla macabra
la loca risa del miedo.


Ave nocturna del orden del guácharo y el chotacabras
Relativamente fácil de ver en las noches al borde de los caminos.
EL ATAJA-CAMINOS

Al ras del camino de amplitud serena,
que un tardo crepúsculo tapa de ceniza,
su evasiva sombra de espectro desliza
o, pegado al suelo, se borra en la arena.
Más meditabunda pónese la calma,
El paso, más sordo, la arena derruye.
Y en el suave pájaro que va, vuelve y huye,
parece que al campo se le turba el alma.

EL CARPINTERO


D lineatus, uno de los carpinteros más comunes de las montañas andinas
El maestro carpintero
de la boina colorada,
va desde la madrugada
taladrando su madero.
No corre en el bosque un soplo.
Todo es silencio y aroma.
Solo el monda la carcoma
con su revibrante escoplo.
Y a ratos, con brusco ardor,
bajo la honda paz celeste,
lanza intrépido y agreste
el canto de su labor.

EL HORNERO


Aves así conocidas por construir sus nidos como hornos de barro.
La casita del hornero
tiene alcoba y tiene sala.
En la alcoba la hembra instala
justamente el nido entero.
En la sala, muy orondo,
el padre guarda la puerta,
con su camisa entreabierta
sobre su buche redondo.
Lleva siempre un poco viejo
su traje aseado y sencillo,
que, con tanto hacer ladrillo,
se le habrá puesto bermejo.
Elige como un artista,
el gajo de un sauce añoso,
o en el poste rumoroso
se vuelve telegrafista.
Allá, si el barro está blando,
canta su gozo sincero.
Yo quisiera ser hornero
y hacer mi choza cantando.
Así le sale bien todo,
y así, en su honrado desvelo,
trabaja mirando el cielo
en el agua de su lodo.
Por fuera, la construcción,
como una cabeza crece,
mientras, por dentro, parece
un buen tosco y buen corazón.
Pues como su casa es centro
de todo amor y destreza,
la saca de su cabeza
y el corazón pone adentro.
La trabaja en paja y barro,
lindamente la trabaja,
que en el barro y en la paja
es arquitecto bizarro.
La casita del hornero
tiene sala y tiene alcoba,
y aunque en ella no hay escoba,
limpia está con todo esmero.
Concluyó el hornero su horno,
y con el último toque,
le deja áspero el revoque
contra el frío y el bochorno.
Ya explora al vuelo el circuito,
ya, sobre la tierra lisa,
con tal fuerza y garbo pisa,
que parece un martillito.
La choza se orea, en tanto,
esperando a su señora,
que elegante y avizora,
llena su humildad de encanto.
Y cuando acaba, jovial,
de arreglarla a su deseo,
le pone con un gorjeo su vajilla de cristal.

EL FEDERAL


Presente en el sur de Sudamérica, pájaro de la familia de los turpiales.
Dilatado en ferviente apogeo
ante el sol que traspone el vergel,
bebe en la onda feliz del gorjeo
una luz que parece de miel.
Su cabeza con ella le arde
como un ascua de claro arrebol,
e infla el pecho en que sangra la tarde,
con el brío de un húsar del Sol.
Negra capa, mejor esclarece
aquel noble jubón de carmín,
y al compás de la marcha parece
que la alzara con el espadín.
Profundiza su azul la distancia.
Comienza la acequia a cantar.
Y un lecho de inmensa fragancia
le tiende el florido alfalfar.


LA TIJERETA

Ave bastante común en nuestros potreros y praderas
Ya vuele errática y ligera,
ya pesque al ras un renacuajo,
con el más sorprendente tajo
corta los aires su tijera.
No se oculta ningún tesoro
bajo el paño gris de su ropa
pero su gorra negra topa
un eréctil capullo de oro.
Su nido expone al huracán
en su gajo más fino y alto.
de donde ve sin sobresalto
al carancho y al gavilán.
Y plantándosele en la nuca,
sin temer su pico de gancho,
ahuyenta al mandria del carancho
hasta raparle la peluca.